Mil quinientas citas espirituales (de momento…)

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Captura de pantalla 2020-07-16 a las 10.29.51Hoy hace mil quinientos días que nació el blog Cita Espiritual Diaria. Sus características son las siguientes:

Cada día se publica una entrada del blog que contiene una cita de contenido espiritual.

En su mayor parte son frases de autores cristianos tomadas de libros, publicaciones en internet, redes sociales como Twitter…

Los sábados en lugar de un texto se publica una viñeta o un meme.

Es posible suscribirse al blog en el espacio habilitado a la derecha del mismo; también es muy sencillo darse de baja de la suscripción.

Si se cuenta con un blog en WordPress también se puede seguir Cita Espiritual Diaria desde el mismo haciendo clic en el botón correspondiente.

Si la fuente de la cita se encuentra disponible en internet, el nombre del autor tiene formato de enlace; pinchando sobre él se llega a la fuente.

Cada cita está etiquetada con unas categorías, lo cual permite hacer búsquedas por temas a través del listado que figura en la columna derecha del blog.

Sobre este listado, en la misma columna, hay un motor de búsqueda con el que se pueden localizar citas introduciendo cualquier palabra; por ejemplo, el nombre de un autor.

Una vez publicada en el blog, hago una captura de cada entrada y la publico en mi cuenta de Twitter, que se puede visitar sin necesidad de tener un perfil en esta red social: @jonasberea.

El Señor te muestre su rostro

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Uno de los pasajes más conocidos del Antiguo Testamento es Números 6: 24-26:

El Señor te bendiga y te guarde,
el Señor te muestre su rostro radiante
y tenga piedad de ti,
el Señor te muestre su rostro
y te conceda paz. (BP)

Captura de pantalla 2021-08-17 a las 8.14.11Este poema es la bendición sacerdotal que Aarón debía pronunciar sobre Israel. Es ampliamente utilizada en la liturgia judía y cristiana. Ocurre con aquellos textos más repetidos (como el padrenuestro) que no nos solemos detener a comprender su sentido más profundo.

Hay una idea que aparece dos veces en este breve pasaje: «que el Señor te muestre su rostro». Dado que «Dios es espíritu» (Juan 4: 24) y no puede ser «visto», la expresión bíblica «el rostro de Dios» es una imagen que comunica la gracia, la bondad, la predisposición absolutamente favorable de Dios hacia el ser humano.

El segundo verso suele traducirse como «el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti». ¿Qué significa ese rostro radiante? Algunas versiones me encantan, porque buscan expresiones menos visuales pero quizá más comprensibles: «el Señor te mire con agrado» (NVI), «sonría sobre ti» (NTV), «sea bueno contigo» (PDT).

El cuarto verso es muy similar, «el Señor te muestre su rostro», y se ha traducido como «te mire favorablemente», «con agrado» o –maravilloso– «te mire con amor» (DHH).

El rostro de Dios es puro amor. Por eso a nosotros, que vivimos bajo la permanente pulsión de ser arrastrados por el orgullo y el egoísmo (que son lo opuesto al amor), nos resulta tan difícil soportarlo. A Moisés se le concedió ver «las espaldas» de Dios, pero no su rostro (Éxodo 33: 23). Y aun así cuando el Señor cruzó delante de él, pudo vislumbrar la naturaleza de nuestro Padre: «¡Dios tierno y compasivo, paciente y grande en amor y verdad!» (Éxodo 34: 6, DHH).

Horizontal / vertical

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Vivian Maier, Nueva York, septiembre de 1953En la Biblia la vida cristiana se entiende como una combinación de dos vocaciones inseparables en el ser humano: entrega a Dios y entrega al prójimo. La una es inconcebible sin la otra. Si fallas en la una, fallas en la otra. No hay eje vertical sin eje horizontal, y viceversa. El cristiano piadoso busca el bien del prójimo, y el genuino benefactor de los demás lo es porque lo conduce el Espíritu. En los escritos de Juan se desarrolla ampliamente esta visión.

1 Juan 1: 6, 7 afirma: «Si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.»

«Andar en la luz» hace referencia al eje vertical, porque la luz es Dios; «tener comunión unos con otros» al eje horizontal; «la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado» se relaciona con ambos ejes: entrega expiatoria de Jesús (vertical) y purificación de nuestra vida (horizontal, porque la vida son relaciones).

1 Juan 1: 3: «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros» (eje horizontal); esa unión fraternal solo cobra sentido si se entreteje con el eje vertical: «y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo».

Conocer a Dios (vertical) implica guardar sus mandamientos (horizontal), según 1 Juan 2: 3, 4: «El que dice: “Yo lo conozco”, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él». Cuando Juan concreta a qué se refiere con “guardar los mandamientos” no pone ejemplos de un cumplimiento ritual o conductual que se supone que debemos hacer para Dios; para Juan los mandamientos son ante todo «amar al hermano» (2: 10).

[Imagen: Vivian Maier (Nueva York, 1953).]

El rostro de Dios

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Jacob y Esaú hacen las paces (jw.org)Cuando Jacob regresó a la tierra de sus padres, supo que Esaú se dirigía a su encuentro con cuatrocientos hombres. Jacob temía que no le hubiera perdonado que le robara la primogenitura. Apartándose de su familia, se quedó solo. Anocheció. Un misterioso hombre se acercó a él y lucharon toda la noche.

Después de ser vencido, Jacob le pide que lo bendiga; además quiere conocer su nombre. El varón no se lo revela, pero lo bendice y le comunica que a partir de ese día ya no se llamará Jacob, sino Israel. El patriarca entiende que ha luchado con el mismo Señor, y exclama: «He visto a Dios cara a cara, y sin embargo todavía estoy vivo» (Génesis 32: 30).

Siendo de noche, seguramente Jacob no llegó a discernir las facciones del luchador, pero estaba convencido de haber visto el rostro de Dios porque se había relacionado con él.

Al día siguiente Esaú sale al encuentro de Jacob. Este previamente ha enviado varios rebaños de ganado como regalo. Cuando ambos se encuentran, Jacob se inclina delante de su hermano. «Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándose sobre su cuello, lo abrazó y besó; los dos lloraron» (Génesis 33: 4). Jacob le explica que le entrega el ganado porque desea «hallar gracia a los ojos de mi señor». Esaú se niega a aceptarlo, pero Jacob replica: «Si he hallado ahora gracia a tus ojos, acepta mi regalo, porque he visto tu rostro como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanta bondad me has recibido» (33: 10).

Al recibir el perdón de su hermano, Jacob ha vuelto a ver el rostro de Dios.

Podemos ver el rostro de Dios en los necesitados. ¿Reflejamos el amor, la bondad y el perdón de tal modo que puedan ver los demás el rostro de Dios en nosotros?

[Fuente de la imagen.]

Ver a Dios

Greg Olsen, 'Camina conmigo' (2007)El experto en educación Ken Robinson contaba que un día visitando un colegio vio a una niña de seis años que pintaba concentradísima. Le preguntó: «¿Qué dibujas?». Y ella contestó: «La cara de Dios». «Nadie sabe cómo es», observó Robinson. «Mejor –dijo ella sin dejar de dibujar–, ahora lo sabrán».

¿Podemos ver a Dios? En el prólogo del evangelio de Juan se afirma: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (1: 18; la idea se repite en 1 Juan 4: 12). Pero a continuación se aclara: «El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer». Por tanto, sí podemos ver el rostro de Dios: es Jesús.

Pero –se podría alegar– a Jesús no podemos verlo; las representaciones que se hacen de él proceden de la imaginación de los artistas. Así es. A pesar de ello, es posible verlo en persona. En la escena del juicio final que describe Jesús, los justos se sorprenden de que Cristo los bendiga por haberlo atendido personalmente: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?». Y él les responde: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25: 37-40).

¿Quieres ver a Dios? Búscalo en los hambrientos, los sedientos, los inmigrantes, los enfermos, los presos. Ellos representan al propio Cristo, quien en esta tierra fue migrante y sufrió hambre, sed e injusticias. Según las palabras de Jesús, ellos son Jesús. Y es en Jesús como podemos ver a Dios.

[Imagen: Greg Olsen, ‘Camina conmigo’ (2007).]

Vivir cansa

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

John Akomfrah, Vertigo Sea (screen shot), 2015La vida nos vapulea. Incluso el conocimiento agota, desgasta, contamina: «Me esforcé por ser sabio en vez de necio, pero hoy reconozco que aun eso fue perseguir el viento. Pues cuanto mayor era mi sabiduría, tanto más grande era mi pena; aumentar el conocimiento es solo aumentar el dolor» (Eclesiastés 1: 17, NBV).

Solo descansaremos plenamente cuando estemos en la Tierra Nueva. Pero Dios nos adelanta ya un descanso. Jesús nos promete reposo espiritual en él y con él: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11: 28). Y la observancia del sábado del cuarto mandamiento es un anticipo del descanso integral que disfrutaremos cuando Jesús regrese, como se expone en Hebreos 3 y 4.

La vida eterna tendrá muchas dimensiones, pero una de las más esperanzadoras (al menos en contraste con nuestro transitar terreno) será reposar de esta existencia agotadora. No por ello será una vida monótona, ni tendrá nada que ver con la tradicional estampa de seres etéreos tocando el arpa sobre una nube, o con los conceptos del Nirvana budista o la fusión panteísta con un Dios-Universo.

Según la Biblia, en la Tierra Nueva realizaremos actividades que cansan pero que también se disfrutan, como ya en esta tierra hacen el atleta o el apasionado por una actividad física (jardinería, juego, construcción…). Si disfrutamos de las acciones que conllevan esfuerzo es porque sabemos que llegará un momento en que cesarán; y a su vez el reposo lo gozamos como consecuencia de haber estado activos.

En la creación Dios no sintió agotamiento ni saturación; aun así, reposó el sábado. En el Edén la primera pareja no se agobiaba, pero descansaba semanalmente. Igualmente, en la Tierra Nueva habrá ciclos de actividad y descanso, ocuparemos el planeta sin deteriorarlo (ojalá también otros planetas) y tanto la humanidad como la naturaleza por fin descansaremos.

[Imagen: John Akomfrah, ‘Vertigo Sea (screen shot)’, 2015.]

Transformación mediante la contemplación

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

J. Kirk Richards, Son of man (blue) (2003)Si fuéramos auténticos cristianos, nuestras vidas reflejarían a Jesús de tal forma que los que no lo son verían en nosotros una encarnación del evangelio: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros» (Juan 13: 35).

Un cristianismo plenamente vivido generará atracción, pero también puede provocar rechazo: «El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él», escribe Juan en su primera carta (3: 1). Jesús, aun siendo perfecto, también atrajo el odio por una parte del “mundo”. Nosotros además somos imperfectos hasta su regreso: «Somos hijos de Dios», pero «aún no se ha manifestado lo que hemos de ser». Ahora bien, «cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (v. 2).

La idea de que nuestra transformación procede de la contemplación también está en Pablo: «Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor» (2 Corintios 3: 18; ver también 1 Corintios 13: 12 y Colosenses 3: 4).

Ahora vivimos en la tensión de ser de Cristo y ser del mundo a la vez: «Tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2: 16), pero todavía no ha tenido lugar la plena «manifestación de los hijos de Dios» (Romanos 8: 19).

Mientras en esta vida conocemos a Jesús, nos vamos purificando: «Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3: 3); pero el proceso será incompleto hasta que con ocasión de la segunda venida veamos a Jesús, no como en un espejo, sino «tal como él es» (v. 2), sin los condicionantes e imperfecciones de nuestra condición caída. Entonces ya, aun siendo criaturas, seremos semejantes a él.

[Imagen: J. Kirk Richards, ‘Hijo del hombre (azul)’, 2003].

Seres auténticos

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

MARK JENKINS Barcelona, Spain 2A lo largo de la historia todas las sociedades han establecido cómo debe ser la persona “normal”. Estos modelos dictan también cómo no se debe ser, qué rasgos no resultan aceptables.

Nuestra sociedad occidental se jacta de aceptar la diversidad, y es cierto que se han normalizado formas de ser, de vivir y de pensar que en el pasado concitaban el rechazo oficial y social. Pero estamos muy lejos de ser una sociedad inclusiva. Los adolescentes que son diferentes a los modelos difundidos por las pantallas, los que no encajan en alguna de las categorías ensalzadas por las series, las canciones populares o la publicidad, quedan desplazados.

Quizá son los adolescentes menos libres de la historia, precisamente porque el tipo de opresión bajo la que viven es invisible a sus ojos, y por tanto no tienen herramientas para enfrentarse a ella. El joven que en otras épocas vivía en un entorno puritano e impositivo sufría en sus carnes la falta de libertad y podía buscar vías de emancipación, más acertadas o menos. Hoy en día el sometimiento se ejerce de forma más sutil, mediante narcotizantes no solo químicos, sino sobre todo electrónicos.

Y este fenómeno no es exclusivo de los jóvenes, sino que se extiende también a los adultos; algo lógico en una sociedad en la que la adolescencia se prolonga hasta edades cada vez más tardías. Mirémonos a nosotros mismos y saquemos conclusiones.

Por eso a algunos nos encanta conocer a personas que no se doblegan ante lo que dictan los estándares sociales y mediáticos. Aunque tengan rasgos que no nos agradan, el hecho de que intenten ser ellos mismos implica una rebeldía digna de tener en cuenta. Suelen ser personas a las que la mayoría mira como bichos raros, que provocan la burla, o que son etiquetados de frikis. Son aquellos que confirman la frase de André Gide: «Es mejor ser odiados por lo que somos que amados por lo que no somos».

[Imagen: escultura de Mark Jenkins en Barcelona (2008).]

El líder religioso

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Father Mapple of Moby Dick, by Rockwell KentEs frecuente que al líder político o social su capacidad de influencia se le suba a la cabeza. Hay en la historia muchos casos de liderazgo que lleva al desastre. Pero más patético todavía, si cabe, es cuando se trata de un líder religioso. Y todavía más si es el jefe de una organización jerárquica. En tal caso, las masas están pendientes de lo que dice, tanto si pertenecen a su iglesia como si no. Lo aplauden cuando coincide con lo que ellos esperan; se sienten decepcionados cuando se pronuncia en dirección contraria. Pero en ambos casos contribuyen a mitificar al líder.

Es muy triste ver cómo personas inteligentes y abiertas de mente entran en esa dinámica sin darse cuenta de sus consecuencias: en lugar de promoverse un cambio de valores generado por un movimiento, se pone la confianza en el líder “infalible”. Se le encumbra todavía más de lo que él se ha encumbrado a sí mismo. Por muy revolucionario que parezca el líder, las posibilidades de cambio siguen dependiendo de la estructura de poder que encabeza, cuando un líder auténticamente cristiano lo que debe hacer es desmontar las estructuras de poder y “empoderar” a la gente, contribuir a generar dinámicas participativas.

El genuino líder cristiano no es un gurú que habla desde la torre de su sabiduría adquirida tras décadas de estudio o meditación. No es un oráculo que pontifica sobre todo tipo de temas, como quien tiene la última palabra. No es un showman que escenifica un mensaje.

El líder cristiano no busca la fama; y si, por su capacidad comunicativa, esta le ha sobrevenido, la pone al servicio de una causa, no de su persona. Puede expresarse con firmeza y pasión, pero no pontifica. No busca adeptos, anima a seguir a Jesús.

[Ilustración de Rockwell Kent]

Aunque el líder falle, la causa sigue siendo justa

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Bruce Davidson, 'Birmingham, Alabama. Reverend Martin Luther King at a press conference' (1962)Martin Luther King es uno de los grandes líderes de todos los tiempos. Con su mensaje de justicia, igualdad y no violencia, en su breve vida llegó a ser uno de los referentes más positivos de la historia. De todas las enseñanzas que se pueden obtener de su vida destaco dos.

King tenía un punto débil: era mujeriego y repetidamente le fue infiel a su esposa. El FBI tenía grabaciones comprometedoras con las que le presionó para que dejara de denunciar el racismo y las guerras. Hay quienes descalifican el activismo de MLK tomando como motivo su adulterio. Pero, por muy inaceptable y dañino que este fuera, el proyecto y el mensaje de King quedan incólumes. Lo trascendente es el mensaje de igualdad y la estrategia de no violencia que propuso y que millones siguieron. Su causa sigue conservando fuerza y valor a pesar de la falibilidad del mensajero.

Cuando fue asesinado el 4 de abril de 1968, por todo Estados Unidos miles de personas, indignadas por el crimen, se lanzaron a las calles a provocar disturbios, violencia y destrucción. Hicieron todo lo contrario a lo que él había predicado. Los asesinos consiguieron en parte su objetivo: descabezar la corriente pacifista y extremar el conflicto social.

Somos mediocres por naturaleza y cuando desaparece el referente fácilmente perdemos la visión. Como recordó Jesús, citando al profeta Zacarías: «Heriré al pastor y las ovejas del rebaño serán dispersadas» (Mateo 26: 31). Gracias a Dios, tras la muerte de King el movimiento pacifista había arraigado en muchas personas, y siguió adelante, aun sin su líder estrella. Se hirió al pastor, y quizá desde entonces no haya habido un referente de su talla; pero, como pasó con Jesús y con otros, la violencia ejercida contra ellos también despertó una respuesta en la dirección contraria: frente a la fuerza bruta, la no violencia; contra el odio, el amor.

[Imagen: Bruce Davidson, ‘Birmingham, Alabama. El reverendo Martin Luther King en una conferencia de prensa’ (1962)]

El líder social

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Marco Melgrati, Flautista de HamelínEl líder social, encumbrado por su éxito, frecuentemente acaba centrando la atención sobre sí mismo, sobre su sabiduría, en lugar de estimular a la gente a pensar por sí misma. Explícita o implícitamente, su mensaje es: “Seguidme, confiad en mí”.

Para muchos el líder se convierte en alguien necesario. Cuando hay una información nueva, antes de posicionarnos de forma personal acudimos a nuestro referente para ver qué ha dicho sobre el tema. Hacerlo no es algo negativo en sí, pues muchas veces esas personas están más informadas sobre determinado asunto y nos ofrecen claves que no conseguimos por otras vías. El problema es que tendemos a depender de una sola fuente y lo que esta diga se convierte automáticamente en nuestro criterio, cuando es imprescindible contrastar enfoques y llegar a conclusiones propias.

El líder honesto debería decir: “Gracias por escucharme, pero no dejes de atender a otras opiniones también. Analiza críticamente lo que escuchas, incluso lo que procede de mí, y fórmate una opinión independiente. Examina datos e ideas y llega a tus conclusiones personales.”

Los líderes del mundo, al igual que las empresas, buscan fidelizar al “cliente”. Pero la persona autónoma es fiel a unos valores y convicciones, a su conciencia; no es fiel a otra persona. Abraza un mensaje con el que se identifica, pero estará preparada para, si llega el momento en el que quien transmite ese mensaje falla, dejarlo a un lado y seguir defendiendo esos valores. El auténtico referente es el mensaje; quien lo transmite solo lo será en la medida en que su vida se adhiera a ese mensaje.

Debemos aprender a avanzar sin depender de los líderes, guiados por la conciencia y los principios.

[Ilustración de Marco Melgrati.]

Referencias

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

referencias¿Quién no se ha dejado cautivar por un referente? ¿Quién no ha sido mitómano alguna vez? ¿Quién no se ha visto en alguna ocasión arrastrado a rendir culto a una “gran persona”?

Puede ser peligroso tener referentes y seguirlos, pero eso no quiere decir que sea negativo tener referencias. Una persona puede inspirarnos en un área de su forma de actuar, en unos hechos concretos de su vida. Está bien que sea así, pues ver cosas positivas en alguien nos permite comprender que aquello que deseamos en nosotros es posible. El problema es que cuando admiramos a una persona tendemos a idealizarla, a generalizar y a creer que es impecable en todo.

Y cuando falla (porque todo el mundo acaba equivocándose), lo disculpamos. Es algo que no teníamos previsto y nos cuesta asimilarlo. Y si no lo disculpamos, nos quedamos desorientados: “No esperaba yo que esta persona llegara a hacer algo así”. Difícilmente llegamos a aprender la lección de la falibilidad y precariedad de la condición humana.

Hoy en día es muy fácil seguir a gente interesante en las redes sociales. Estamos pendientes de su trayectoria porque en ella encontramos aspectos destacables: nos abre perspectivas, nos da ideas, nos ayuda a contrastar enfoques que proceden de otras fuentes. Seguir a alguien en las redes implica querer conocerlo o tenerlo en cuenta; pero eso no nos debería convertir en sus seguidores, en el sentido de adherirnos a su persona. Nunca debemos bajar la guardia y dejar de analizar críticamente cada mensaje, venga de quien venga.

Quizá para quien no tiene un guía trascendente es difícil resistirse a caer en la idolatría. Pero para el cristiano tendría que ser más fácil: somos seguidores de un único referente, Jesús, y sabemos que él no nos fallará en nada.

[Fuente de la imagen.]

Referentes

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Lesley Oldaker, 'Divisions' (2019)Conocemos a una persona y nos gusta cómo es. Puede tratarse de un cantante, una actriz, un youtuber, un líder social, político o religioso, o tal vez alguien a quien tratamos en nuestra vida cotidiana. Todo lo que vamos sabiendo de esa persona nos parece positivo. Nos inspira. Quizá no lo hemos verbalizado, ni siquiera lo hemos pensado en estos términos, pero nos gustaría ser como ella. Se convierte en nuestro referente.

Todos los seres humanos buscamos referentes. Los necesitamos, porque construimos nuestro carácter por imitación. Aprendemos a través de lo que vemos, escuchamos y percibimos.

Los expertos en comunicación lo saben, y lo explotan: nos venden la imagen, perfectamente diseñada y calculada, de personas del mundo del espectáculo que se convierten en referentes. El fenómeno de los influencers de las redes sociales se basa en el mecanismo de proyectar una máscara que muchos confunden con la realidad. La política es un espectáculo, una representación teatral (siempre lo ha sido, no es algo específico de los sistemas parlamentarios). Muchos de los grandes líderes religiosos se exhiben como referentes y se venden como guías a través de un discurso de falsa humildad.

Y la sociedad está tan desorientada que rápidamente compra estos productos. Es frecuente encontrarse con frases del estilo de “necesitamos referentes éticos” o “hay una alarmante carencia de líderes auténticos”. Se dicen sin rubor, tanto en el ámbito sociopolítico como en el religioso. Admitimos nuestra desorientación. Las masas siempre acaban siendo igual que «ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9: 36). Y cuando surge algún líder que parece diferente, muchos se postran a sus pies.

Es difícil encontrar personas que no se guíen por líderes, sino por principios y valores. Es difícil ser ese tipo de personas. Nuestro corazón se inclina a ser guiados por alguien sabio, no a buscar la sabiduría.

[Imagen: Lesley Oldaker, ‘Divisions’ (2019)]

La poesía espiritual de Pablo Núñez

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

PabloA lo largo de la historia de la literatura española, desde sus orígenes hasta el siglo XX, podemos encontrar amplias muestras de poesía religiosa de la mayor calidad y profundidad. La Biblia, cuyo contenido es poético en una altísima proporción, ha ejercido una influencia decisiva en autores como Jorge Manrique, Juan de la Cruz, Lope de Vega, Dámaso Alonso o Blas de Otero, por citar solo unos pocos.

No es tan fácil encontrar poesía religiosa en nuestros días. Por eso para un creyente amante de la poesía es muy satisfactorio leer la obra de Pablo Núñez (Langreo, 1980). Doctor en Filología Hispánica, ha estudiado la influencia de la Biblia en la poesía de autores como Borges o Luis Alberto de Cuenca y tiene publicados dos poemarios, además de algunas poesías en una antología de autores asturianos, Tempus fugit (Círculo Cultural de Valdediós, 2011). Sigue leyendo

¿Esclavos o libres?

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Irina Skarmada 2Escribe Jürgen Moltmann: «El hombre se conquista a sí mismo en la medida en que se abandona. Encuentra la vida en la medida en que toma la muerte sobre sí. Llega a la libertad en la medida en que asume figura de esclavo» (Teología de la esperanza, Salamanca: Sígueme, 1969, págs. 118-119).

En una cultura como la nuestra, que cree estar basada en la libertad como valor supremo, decir que uno busca ser esclavo suena mal; en la cultura de la Biblia también, pues el Dios cristiano es liberador, es el Dios que saca a Israel de Egipto. Pero la fe bíblica es una fe de paradojas, y lo mismo que no hay vida si no morimos (Romanos 6: 11), no hay libertad si no nos sometemos.

Pablo lo explica muy bien en Romanos 6: 16-18: «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia».

«Cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia» (v. 20). Éramos libres del bien, y por tanto perdidamente esclavos. «Pero ahora», añade Pablo, «habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios» (22).

Dada la condición humana, todos, lo queramos o no, somos esclavos (siervos). Si optamos por estar sometidos al pecado, seremos esclavos sin posible redención. Si optamos por someternos a Cristo descubriremos que encontramos libertad plena en él.

«Mientras más hacemos a un lado lo que ahora llamamos “nosotros mismos” y dejamos que Él nos ocupe y se haga cargo de la dirección, más verdaderamente nosotros mismos nos hacemos» (C. S. Lewis, Mero cristianismo, libro 4, cap. 11).

[Fotografía de Irina Skarmada.]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

¿De quién soy?

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

John Akomfrah, Vertigo Sea (2016)Como venimos viendo, la persona madura no es de nadie más que de sí misma. Formamos parte de una familia, una sociedad, diversos colectivos, pero no les pertenecemos. Las relaciones humanas nos ayudan a comprender quiénes somos, pero no deben encajonarnos en una identidad impuesta y cerrada.

Ahora bien, la idea de un ser humano absolutamente autónomo es un mito. Desde que nacemos hasta que morimos somos seres relacionales, y esa condición define nuestra identidad. «Al profesor cuáquero Douglas Steere le gustaba decir que la antigua pregunta humana “¿Quién soy?” lleva inevitablemente a la pregunta igualmente importante “¿De quién soy?”, porque no hay identidad al margen de las relaciones» (Parker J. Palmer, Let Your Life Speak. Listening for the Voice of Vocation, New Jersey, Jossey-Bass, 2000, cap. 2).

El cristiano no queda abandonado con su propia identidad autoconstruida; él no pertenece a otras personas o colectivos, pero sí pertenece a Dios. La identidad que él nos otorga nunca es asfixiante, como pueden llegar a ser las identidades sociales. En Cristo, paradójicamente, cuanto más nos negamos a nosotros mismos, más libres somos.

Esto es importante explicarlo bien, porque si no la frase de Jesús «si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16: 24) causará rechazo, y con razón. No es cuestión de anular a la persona, sino de afirmarla, pero no sustentando la identidad propia en fundamentos inestables y quebradizos (el “yo interior”, el grupo, la sociedad), sino en Cristo, que no solo es todopoderoso, sino que ante todo es puro amor. Él “cae sobre nosotros” y “nos desmenuza” (Mateo 21: 44) en un acto simultáneo de destrucción de aquello que nos ata y limita, y construcción de una identidad libre.

[Imagen: John Akomfrah, ‘Vertigo Sea’ (2016)]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

Identidad y libertad

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Clark Kelley Price (1945-), 'El hijo pródigo'Es cierto que en gran medida somos lo que hemos recibido (de nuestra familia, nuestra cultura), pero sobre todo somos lo que hemos retenido y lo que hemos añadido a nuestro bagaje. Y, si queremos, podemos abandonar algunas cosas que nos han transmitido.

No conseguiremos modificar sustancialmente nuestro físico: «¿Quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo?» (Mateo 6: 27). Pero sí podemos analizar críticamente y desaprender aquellos valores y convicciones con los que no nos identificamos, y optar por otros que sentimos como auténticamente nuestros. Es la vía para alcanzar la madurez y la libertad personales.

Esto es algo que cuesta entender en las sociedades tradicionales, en las que todo se hereda y es inmutable: tu identidad está determinada por el colectivo al que perteneces. Tampoco lo han comprendido los padres que imponen unos estudios y una profesión a su hijo. No están respetando su identidad y, tarde o temprano, ese hijo o bien buscará su propio camino, o bien desarrollará una frustración por el desajuste entre su vocación y su vida. Incluso hay padres que se empeñan en que sus hijos tengan sus propios gustos y aficiones.

Pero lo más grave es cuando una familia pretende imponer la fe a los hijos, algo que a veces se trata de hacer de forma indirecta (control sutil, chantaje emocional…). No hay nada hay más letal que una fe forzada. El Dios de la Biblia solo se mueve cómodamente en las mentes libres y sinceras. La fe suele nacer en diálogo con otros, pero solo se arraiga en el diálogo con uno mismo y con Dios.

[Imagen: Clark Kelley Price (1945-), ‘El hijo pródigo’]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

La religión ¿se hereda?

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

REMBRANDT Jacob bendiciendo a los hijos de José (1656)Aunque la casuística es muy diversa, la mayoría de los hijos adoptivos consideran que sus padres reales son quienes les criaron y educaron, más que quienes los engendraron. Porque en la construcción de nuestra identidad, en la adopción de valores y creencias, la educación familiar es el factor decisivo.

Tus orígenes étnicos solo serán importantes para ti si tu familia se ha encargado de transmitírtelos: lengua, costumbres, tradiciones, alimentación, canciones, historias, leyendas… Hay familias y sociedades que preservan esos rasgos de identidad; en otros casos se van perdiendo. Es habitual que uno recuerde algo que sus abuelos practicaban pero que en la siguiente generación se perdió.

La identidad no se transmite intacta, como a muchos les gustaría. Algunos elementos se preservan, otros se pierden, otros se combinan. Entre ellos están las creencias religiosas.

Las sociedades cerradas y las religiones institucionalizadas no admiten la divergencia: no se puede aceptar que una persona criada en una fe pueda dejar de creer o –peor todavía– adoptar una fe diferente. Tradicionalmente incluso se ha buscado el apoyo del poder político para castigar la “apostasía”. La identidad colectiva se sobrepone a la libertad personal y a la conciencia. Esto sigue ocurriendo en muchos lugares del mundo.

Por supuesto, todos los padres tratan de educar a sus hijos en sus mismas creencias. Pero la auténtica fe cristiana no se transmite de padres a hijos. Uno no puede heredarla. La fe es una entrega persona a Jesucristo. Si vives instalado en una religión porque otros –incluso tus padres– te la transmitieron, te falta dar el paso de preguntarte qué vínculo real tienes con tu Dios. Los cristianos no tenemos miedo de que nuestros hijos den ese paso, porque sabemos que la fe real solo es fruto de la libertad.

[Imagen: Rembrandt, ‘Jacob bendiciendo a los hijos de José’ (1656)]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

No hay diferencia entre judío y griego

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

En la carta a los Romanos Pablo desarrolla la idea de que los auténticos judíos son los que aceptan a Jesús como Mesías, independientemente de su origen genético y étnico o de sus prácticas religiosas previas. Para sustentar esta idea tan provocativa no apela a una revelación especial, sino al testimonio del Antiguo Testamento. En las escrituras hebreas ya Dios había anticipado que dejaría de considerar pueblo suyo a Israel si este se volvía infiel, y que llamaría hijos suyos a quienes antes no lo eran (Romanos 9: 25, 26, donde cita al profeta Oseas).

Al igual que hacía Jesús, Pablo impacta a sus lectores mediante paradojas chocantes: los que buscaban la justicia en sí mismos y en sus tradiciones, no la alcanzan, mientras que los que ni siquiera habían oído hablar de la salvación de Dios, son declarados justos gracias a que aceptan a Jesucristo (Romanos 9: 30-10: 3; 10: 19-21; 11: 7-8; 15: 9-13, 16).

Ahora bien, el que el Israel étnico no sea el pueblo de Dios y el que los cristianos de origen pagano hayan sido admitidos como hijos de Dios no debe llevar a los gentiles al más mínimo orgullo. El no judío no debe pensar con jactancia que el Señor desgajó de su árbol las ramas judías con el fin de injertar las ramas gentiles. Dios tiene bondad «para contigo, si permaneces en esa bondad, pues de otra manera tú también serás eliminado», dice Pablo al gentil (11: 17-22).

El mensaje es el mismo para judíos y no judíos: cualquier aspecto que nos lleve a creernos superiores o mejores que otros es nuestra perdición. Dios nos considera a todos iguales: ya «no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan» (10: 12).

[Imagen: Iglesia leyendo una carta de Pablo.]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

Los auténticos judíos

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Enrique Simonet, ‘Flevit super illam’ (1892).
Jesús llora por Jerusalén

Pablo desmonta uno de los mitos sobre los que se construyó el sentimiento de superioridad de los judíos: la filiación genética y espiritual con Abrahán. Ya Juan el Bautista resultó provocador cuando dijo a los fariseos y saduceos: «No penséis decir dentro de vosotros mismos: “A Abraham tenemos por padre”, porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras» (Juan 3: 9). Y Jesús había soliviantado a algunos judíos negándoles su condición de hijos de Abrahán: «Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora intentáis matarme a mí, que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios. No hizo esto Abraham. […] Vosotros sois de vuestro padre el diablo» (Juan 8: 39, 40, 44).

Años después Pablo explica a los judeocristianos que Abrahán practicó la circuncisión (señal del pacto con Dios) después de ser declarado justo por el Señor, por lo tanto ni siquiera este signo externo hace que los judíos sean preferentemente hijos de Abrahán. Este es padre de «los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado» (Romanos 4: 9-12; también Gálatas 3: 7).

Es más: ni siquiera el término “judío” o “israelita” pertenece ya a un grupo étnico, sino que se extiende a todos los que aceptan a Jesús como Mesías: «No es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no según la letra» (2: 28-29). «No todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos suyos […] sino que son contados como descendencia los hijos según la promesa» (9: 6-8).

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

No creerse superior

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Maurycy Gottlieb, ‘Jesús predicando en Cafarnaúm’ (1878-1879)

Todo el desarrollo teológico que despliega Pablo en la epístola a los Romanos es en gran medida una respuesta a un problema que existía en la iglesia de Roma: había cristianos que por ser de origen judío se consideraban superiores a los de origen gentil (es decir, pagano o no judío).

«Tú te llamas judío, te apoyas en la Ley y te glorías en Dios; conoces su voluntad e, instruido por la Ley, apruebas lo mejor; estás convencido de que eres guía de ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los ignorantes, maestro de niños y que tienes en la Ley la forma del conocimiento y de la verdad» (Romanos 2: 17-20). Pablo deja claro que ser judío nunca debería ser un motivo de orgullo. Tras la muerte de Cristo y la abolición de la circuncisión todavía menos, porque «no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no según la letra. La alabanza del tal no viene de los hombres, sino de Dios» (vv. 28-29).

Ante Dios, nuestra condición de pecadores nos iguala a todos, los de origen judío y los de origen gentil: «¿Somos nosotros mejores que ellos? ¡De ninguna manera!, pues hemos demostrado que todos, tanto judíos como gentiles, están bajo el pecado. […] ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles?» (Romanos 3: 9, 29).

Estas palabras debieron de resultar insoportables a muchos cristianos de origen judío, instruidos por sus mayores en la convicción de que nacer judío supone un privilegio en todos los órdenes, especialmente en el espiritual.

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

El orgullo queda eliminado

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

¿Hay algo más positivo que cumplir la ley divina? ¿Hay origen más noble que proceder del pueblo elegido de Dios? Pues, según Pablo, sentir orgullo por estos motivos es un camino de ruina. En la carta a los Romanos analiza el valor de las obras de la ley y los privilegios de ser judío y concluye: «¿Dónde, pues, queda el orgullo del hombre ante Dios? ¡Queda eliminado! ¿Por qué razón? No por haber cumplido la ley, sino por haber creído. Así llegamos a esta conclusión: que Dios hace justo al hombre por la fe, independientemente del cumplimiento de la ley. ¿Acaso Dios es solamente Dios de los judíos? ¿No lo es también de todas las naciones? ¡Claro está que lo es también de todas las naciones, pues no hay más que un Dios: el Dios que hace justos a los que tienen fe, sin tomar en cuenta si están o no están circuncidados!» (Romanos 3: 27-30).

La jactancia, el orgullo, incluso por los motivos más positivos, quedan excluidos. Cuando tienes algo bueno y te sientes orgulloso de ello, deja de ser bueno y se convierte en una trampa para ti. «El que confía en su propio corazón es un necio» (Proverbios 28: 26).

Cuanto mejor es algo que tenemos, más integrado está en nuestro ser y más desapercibido nos pasa. Cuanto menos auténtico es lo que tenemos, más orgullosos nos sentimos de ello. Un dicho popular reza: «Dime de qué te jactas y te diré de qué careces.»

Jesús coloca al orgullo entre todas las maldades que salen del corazón «y contaminan al hombre» (Marcos 7: 21-22). Es lo contrario al amor. Por eso el orgullo condena y el amor salva. «El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso» (1 Corintios 13: 4, NVI).

[Imagen: Frederick A. Sandys, ‘La orgullosa Maisie’ (1868).]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

Los que se creen muy importantes

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Isaac Asknaziy (1856-1902), 'Vanidad de vanidades, todo es vanidad'El libro de Proverbios contiene muchas advertencias contra el orgullo, la soberbia, la jactancia, la autoalabanza y la adulación. «Hay quienes se creen muy importantes, y a todos miran con desdén», dice Proverbios 30: 13 en una versión moderna (NVI). Me gusta la traducción de la Reina-Valera de 1960 porque conserva imágenes muy gráficas propias del hebreo bíblico: «Hay generación cuyos ojos son altivos y cuyos párpados están levantados en alto». Los ojos altivos se incluyen entre las siete cosas que más aborrece Dios (6: 16-19) y dirigen al hombre a la perdición: «Antes del quebranto está la soberbia y antes de la caída, la altivez de espíritu» (16: 18).

A todos nos gusta recibir reconocimiento por lo que somos y lo que hacemos. Es necesario para la autoestima. Pero qué fácil es traspasar mentalmente la delgada línea que separa el reconocimiento del orgullo. Y también la que separa las palabras amables de la adulación tramposa: «En el crisol se prueba la plata, en el horno el oro, y al hombre la boca del que le alaba» (27: 21). «El hombre que lisonjea a su prójimo le tiende una red delante de sus pasos» (29: 5). Peor todavía si eres tú quien te alabas a ti mismo (27: 2).

Hay orgullo por lo que uno hace y es, pero también por lo que hará y será: «No te jactes del día de mañana porque no sabes lo que el día dará de sí» (27: 1).

«Dios eligió a los que, desde el punto de vista humano, son débiles, despreciables y de poca importancia, para que los que se creen muy importantes se den cuenta de que en realidad no lo son. Así, Dios ha demostrado que, en realidad, esa gente no vale nada. Por eso, ante Dios, nadie tiene de qué sentirse orgulloso» (1 Corintios 1: 27-29, TLA).

[Imagen: Isaac Asknaziy (1856-1902), ‘Vanidad de vanidades, todo es vanidad’].

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.

Mil citas espirituales (de momento…)

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Captura de pantalla 2020-07-16 a las 10.29.51Hoy hace mil días que nació el blog Cita Espiritual Diaria. Sus características son las siguientes:

Cada día se publica una entrada del blog que contiene una cita de contenido espiritual.

En su mayor parte son frases de autores cristianos tomadas de libros, publicaciones en internet, redes sociales como Twitter…

Los sábados en lugar de un texto se publica una viñeta o un meme.

Es posible suscribirse al blog en el espacio habilitado a la derecha del mismo; también es muy sencillo darse de baja de la suscripción.

Si se cuenta con un blog en WordPress también se puede seguir Cita Espiritual Diaria desde el mismo haciendo click en el botón correspondiente.

Si la fuente de la cita se encuentra disponible en internet, el nombre del autor tiene formato de enlace; pinchando sobre él se llega a la fuente.

Cada cita está etiquetada con unas categorías, lo cual permite hacer búsquedas por temas a través del listado que figura en la columna derecha del blog.

Sobre este listado, en la misma columna, hay un motor de búsqueda con el que se pueden localizar citas introduciendo cualquier palabra; por ejemplo, el nombre de un autor.

Una vez publicada en el blog, hago una captura de cada entrada y la publico en mi cuenta de Twitter, que se puede visitar sin necesidad de tener un perfil en esta red social: @jonasberea.

¿Orgullo sano?

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Escuela de Peter Paul Rubens (1577-1640), 'San Pablo'Escribe Pablo en 2 Corintos 1: 12-14: «Nuestro motivo de orgullo es éste: el testimonio de nuestra conciencia, de que con sencillez y sinceridad de Dios (no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios), nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros. No os escribimos otras cosas de las que leéis o también entendéis; y espero que hasta el fin las entenderéis; como también en parte habéis entendido que somos vuestro motivo de orgullo, así como también vosotros lo seréis para nosotros en el día del Señor Jesús». Expresiones similares sobre el orgullo aparecen en 2 Corintios 8: 24 y 9: 3.

¿Hay por tanto motivos legítimos de orgullo? Sí, existe cierto “orgullo sano”, que es muy diferente al orgullo que hemos analizado en entradas anteriores. Si examinamos el contexto en el que aparece la palabra en estos pasajes, comprobamos que el tipo de orgullo al que Pablo hace referencia no equivale a jactancia. De hecho, algunas versiones traducen el término griego que usa Pablo (káujesis o káujema) por “satisfacción” (LBLA) o “regocijo” (JBS).

Yo prefiero esas palabras, porque “orgullo” está muy cargada de la connotación de envanecimiento. También me gusta usar el término “ilusión”, en la acepción de «viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etcétera» (DRAE).

¿Cuándo cabe el “orgullo sano”? Nunca cuando el motivo de orgullo es algo que hacemos o logramos nosotros: «no con sabiduría humana», dice Pablo. Solo cabe entenderlo en el contexto de «la gracia de Dios». Este “orgullo” es claramente una alegría que proyectamos hacia «el día del Señor Jesús». Desplaza al yo y pone en el centro a Cristo: «El que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba» (2 Corintios 10: 17-18).

[Imagen: Escuela de Peter Paul Rubens (1577-1640), ‘San Pablo’.]

Leer todas las entradas de la serie “Identidad”.