Identidad y libertad

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
https://jonasberea.wordpress.com/

Clark Kelley Price (1945-), 'El hijo pródigo'Es cierto que en gran medida somos lo que hemos recibido (de nuestra familia, nuestra cultura), pero sobre todo somos lo que hemos retenido y lo que hemos añadido a nuestro bagaje. Y, si queremos, podemos abandonar algunas cosas que nos han transmitido.

No conseguiremos modificar sustancialmente nuestro físico: «¿Quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo?» (Mateo 6: 27). Pero sí podemos analizar críticamente y desaprender aquellos valores y convicciones con los que no nos identificamos, y optar por otros que sentimos como auténticamente nuestros. Es la vía para alcanzar la madurez y la libertad personales.

Esto es algo que cuesta entender en las sociedades tradicionales, en las que todo se hereda y es inmutable: tu identidad está determinada por el colectivo al que perteneces. Tampoco lo han comprendido los padres que imponen unos estudios y una profesión a su hijo. No están respetando su identidad y, tarde o temprano, ese hijo o bien buscará su propio camino, o bien desarrollará una frustración por el desajuste entre su vocación y su vida. Incluso hay padres que se empeñan en que sus hijos tengan sus propios gustos y aficiones.

Pero lo más grave es cuando una familia pretende imponer la fe a los hijos, algo que a veces se trata de hacer de forma indirecta (control sutil, chantaje emocional…). No hay nada hay más letal que una fe forzada. El Dios de la Biblia solo se mueve cómodamente en las mentes libres y sinceras. La fe suele nacer en diálogo con otros, pero solo se arraiga en el diálogo con uno mismo y con Dios.

[Imagen: Clark Kelley Price (1945-), ‘El hijo pródigo’]

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