Mil quinientas citas espirituales (de momento…)

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Captura de pantalla 2020-07-16 a las 10.29.51Hoy hace mil quinientos días que nació el blog Cita Espiritual Diaria. Sus características son las siguientes:

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Horizontal / vertical

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Vivian Maier, Nueva York, septiembre de 1953En la Biblia la vida cristiana se entiende como una combinación de dos vocaciones inseparables en el ser humano: entrega a Dios y entrega al prójimo. La una es inconcebible sin la otra. Si fallas en la una, fallas en la otra. No hay eje vertical sin eje horizontal, y viceversa. El cristiano piadoso busca el bien del prójimo, y el genuino benefactor de los demás lo es porque lo conduce el Espíritu. En los escritos de Juan se desarrolla ampliamente esta visión.

1 Juan 1: 6, 7 afirma: «Si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.»

«Andar en la luz» hace referencia al eje vertical, porque la luz es Dios; «tener comunión unos con otros» al eje horizontal; «la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado» se relaciona con ambos ejes: entrega expiatoria de Jesús (vertical) y purificación de nuestra vida (horizontal, porque la vida son relaciones).

1 Juan 1: 3: «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros» (eje horizontal); esa unión fraternal solo cobra sentido si se entreteje con el eje vertical: «y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo».

Conocer a Dios (vertical) implica guardar sus mandamientos (horizontal), según 1 Juan 2: 3, 4: «El que dice: “Yo lo conozco”, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él». Cuando Juan concreta a qué se refiere con “guardar los mandamientos” no pone ejemplos de un cumplimiento ritual o conductual que se supone que debemos hacer para Dios; para Juan los mandamientos son ante todo «amar al hermano» (2: 10).

[Imagen: Vivian Maier (Nueva York, 1953).]

El rostro de Dios

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Jacob y Esaú hacen las paces (jw.org)Cuando Jacob regresó a la tierra de sus padres, supo que Esaú se dirigía a su encuentro con cuatrocientos hombres. Jacob temía que no le hubiera perdonado que le robara la primogenitura. Apartándose de su familia, se quedó solo. Anocheció. Un misterioso hombre se acercó a él y lucharon toda la noche.

Después de ser vencido, Jacob le pide que lo bendiga; además quiere conocer su nombre. El varón no se lo revela, pero lo bendice y le comunica que a partir de ese día ya no se llamará Jacob, sino Israel. El patriarca entiende que ha luchado con el mismo Señor, y exclama: «He visto a Dios cara a cara, y sin embargo todavía estoy vivo» (Génesis 32: 30).

Siendo de noche, seguramente Jacob no llegó a discernir las facciones del luchador, pero estaba convencido de haber visto el rostro de Dios porque se había relacionado con él.

Al día siguiente Esaú sale al encuentro de Jacob. Este previamente ha enviado varios rebaños de ganado como regalo. Cuando ambos se encuentran, Jacob se inclina delante de su hermano. «Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándose sobre su cuello, lo abrazó y besó; los dos lloraron» (Génesis 33: 4). Jacob le explica que le entrega el ganado porque desea «hallar gracia a los ojos de mi señor». Esaú se niega a aceptarlo, pero Jacob replica: «Si he hallado ahora gracia a tus ojos, acepta mi regalo, porque he visto tu rostro como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanta bondad me has recibido» (33: 10).

Al recibir el perdón de su hermano, Jacob ha vuelto a ver el rostro de Dios.

Podemos ver el rostro de Dios en los necesitados. ¿Reflejamos el amor, la bondad y el perdón de tal modo que puedan ver los demás el rostro de Dios en nosotros?

[Fuente de la imagen.]

Ver a Dios

Greg Olsen, 'Camina conmigo' (2007)El experto en educación Ken Robinson contaba que un día visitando un colegio vio a una niña de seis años que pintaba concentradísima. Le preguntó: «¿Qué dibujas?». Y ella contestó: «La cara de Dios». «Nadie sabe cómo es», observó Robinson. «Mejor –dijo ella sin dejar de dibujar–, ahora lo sabrán».

¿Podemos ver a Dios? En el prólogo del evangelio de Juan se afirma: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (1: 18; la idea se repite en 1 Juan 4: 12). Pero a continuación se aclara: «El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer». Por tanto, sí podemos ver el rostro de Dios: es Jesús.

Pero –se podría alegar– a Jesús no podemos verlo; las representaciones que se hacen de él proceden de la imaginación de los artistas. Así es. A pesar de ello, es posible verlo en persona. En la escena del juicio final que describe Jesús, los justos se sorprenden de que Cristo los bendiga por haberlo atendido personalmente: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?». Y él les responde: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25: 37-40).

¿Quieres ver a Dios? Búscalo en los hambrientos, los sedientos, los inmigrantes, los enfermos, los presos. Ellos representan al propio Cristo, quien en esta tierra fue migrante y sufrió hambre, sed e injusticias. Según las palabras de Jesús, ellos son Jesús. Y es en Jesús como podemos ver a Dios.

[Imagen: Greg Olsen, ‘Camina conmigo’ (2007).]

Vivir cansa

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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John Akomfrah, Vertigo Sea (screen shot), 2015La vida nos vapulea. Incluso el conocimiento agota, desgasta, contamina: «Me esforcé por ser sabio en vez de necio, pero hoy reconozco que aun eso fue perseguir el viento. Pues cuanto mayor era mi sabiduría, tanto más grande era mi pena; aumentar el conocimiento es solo aumentar el dolor» (Eclesiastés 1: 17, NBV).

Solo descansaremos plenamente cuando estemos en la Tierra Nueva. Pero Dios nos adelanta ya un descanso. Jesús nos promete reposo espiritual en él y con él: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11: 28). Y la observancia del sábado del cuarto mandamiento es un anticipo del descanso integral que disfrutaremos cuando Jesús regrese, como se expone en Hebreos 3 y 4.

La vida eterna tendrá muchas dimensiones, pero una de las más esperanzadoras (al menos en contraste con nuestro transitar terreno) será reposar de esta existencia agotadora. No por ello será una vida monótona, ni tendrá nada que ver con la tradicional estampa de seres etéreos tocando el arpa sobre una nube, o con los conceptos del Nirvana budista o la fusión panteísta con un Dios-Universo.

Según la Biblia, en la Tierra Nueva realizaremos actividades que cansan pero que también se disfrutan, como ya en esta tierra hacen el atleta o el apasionado por una actividad física (jardinería, juego, construcción…). Si disfrutamos de las acciones que conllevan esfuerzo es porque sabemos que llegará un momento en que cesarán; y a su vez el reposo lo gozamos como consecuencia de haber estado activos.

En la creación Dios no sintió agotamiento ni saturación; aun así, reposó el sábado. En el Edén la primera pareja no se agobiaba, pero descansaba semanalmente. Igualmente, en la Tierra Nueva habrá ciclos de actividad y descanso, ocuparemos el planeta sin deteriorarlo (ojalá también otros planetas) y tanto la humanidad como la naturaleza por fin descansaremos.

[Imagen: John Akomfrah, ‘Vertigo Sea (screen shot)’, 2015.]

Transformación mediante la contemplación

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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J. Kirk Richards, Son of man (blue) (2003)Si fuéramos auténticos cristianos, nuestras vidas reflejarían a Jesús de tal forma que los que no lo son verían en nosotros una encarnación del evangelio: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros» (Juan 13: 35).

Un cristianismo plenamente vivido generará atracción, pero también puede provocar rechazo: «El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él», escribe Juan en su primera carta (3: 1). Jesús, aun siendo perfecto, también atrajo el odio por una parte del “mundo”. Nosotros además somos imperfectos hasta su regreso: «Somos hijos de Dios», pero «aún no se ha manifestado lo que hemos de ser». Ahora bien, «cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (v. 2).

La idea de que nuestra transformación procede de la contemplación también está en Pablo: «Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor» (2 Corintios 3: 18; ver también 1 Corintios 13: 12 y Colosenses 3: 4).

Ahora vivimos en la tensión de ser de Cristo y ser del mundo a la vez: «Tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2: 16), pero todavía no ha tenido lugar la plena «manifestación de los hijos de Dios» (Romanos 8: 19).

Mientras en esta vida conocemos a Jesús, nos vamos purificando: «Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3: 3); pero el proceso será incompleto hasta que con ocasión de la segunda venida veamos a Jesús, no como en un espejo, sino «tal como él es» (v. 2), sin los condicionantes e imperfecciones de nuestra condición caída. Entonces ya, aun siendo criaturas, seremos semejantes a él.

[Imagen: J. Kirk Richards, ‘Hijo del hombre (azul)’, 2003].

Mil citas espirituales (de momento…)

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Captura de pantalla 2020-07-16 a las 10.29.51Hoy hace mil días que nació el blog Cita Espiritual Diaria. Sus características son las siguientes:

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La libertad cristiana

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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CapturaUno de los pasajes bíblicos más destacados sobre la libertad cristiana es Gálatas 5: 13-25. En él Pablo enfatiza las siguientes ideas:

1. Como todo en la vida espiritual, la libertad es un don que se recibe, un llamamiento al que responder: «a libertad fuisteis llamados» (v. 13).

2. Es constructiva: «el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (vv. 22, 23).

3. Incita a ser útiles para los demás: «servíos por amor los unos a los otros» (v. 13).

4. Está ineludiblemente vinculada al amor: «porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”» (v. 14).

5. Conduce a mejores relaciones, evitando los enfrentamientos: «si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os destruyáis unos a otros» (v. 15).

6. Por todo ello, no es egocéntrica.

7. Nunca debe servir de excusa para caer en prácticas que atan, limitan o reducen a la persona: «no uséis la libertad como ocasión para la carne»; «no satisfagáis los deseos de la carne» porque «los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (vv. 13, 16, 21).

8. No consiste en hacer lo que a uno le da la gana, «porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais» (vv. 13, 16).

9. Consiste en ser guiado por el Espíritu, vivir por el Espíritu, andar por el Espíritu: «andad en el Espíritu»; «si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley» (vv. 16, 18).

La muerte trae vida

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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MARTÍN RUIZ ANGLADA - Agnus Dei (Serie Negra), 1995Lo que para el mundo sería contradicción flagrante, en el evangelio es posible, porque el mensaje de la Biblia es paradójico. En el Reino de Dios la muerte trae vida, incluso es vida: «El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará», dice Jesús (Mateo 10: 39). Luchar por la vida es ponerse del lado de la Vida (que es Cristo: Juan 14: 6), sin temor a la muerte. Vivir temiendo a la muerte significa someterse a ella, estar a su servicio.

Escribe Pablo: «Dondequiera que vamos, llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (2 Corintios 4:10). Es una imagen contundente de la tensión que caracteriza la espiritualidad cristiana. No hay que leerla desde un enfoque masoquista, como algunos han hecho históricamente basándose en un ascetismo extremo. La imagen hay que interpretarla en clave existencial. También en clave agónica, entendiendo por “agónica” no la acepción del diccionario que dice «propio de la agonía del moribundo», sino la que reza: «perteneciente o relativo a la lucha». Es el uso que dio Unamuno al término en su título La agonía del cristianismo.

Para que la vida de Jesús se manifieste en nosotros, es necesario morir en Jesús: «Nosotros, que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» (2 Corintios 4:11). Esa muerte –una muerte en Cristo– se simboliza mediante el bautismo: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados en su muerte?» (Romanos 6: 3).

En el ámbito espiritual funciona el mismo principio que en la naturaleza: la semilla muere para renacer y dar vida.

[Imagen: Martín Ruiz Anglada, ‘Agnus Dei (Serie Negra)’, 1995).]

Mundanalidad

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Dionisio Blanco 1“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas basadas en las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8).

Cuando leemos este texto pensamos en los sistemas filosóficos contrarios al cristianismo o en las especulaciones pseudocristianas de algunos pensadores. Somos muy ágiles detectando la mundanalidad que viene “de fuera”, pero no la que construimos “dentro”. No caemos en que en la propia iglesia a veces nos amoldamos a una cosmovisión y –sobre todo– a unas actitudes que son “conforme a los elementos del mundo”: el institucionalismo, el afán de poder, el tradicionalismo, el orgullo espiritual, el autoritarismo, la superficialidad, la mediocridad, la intolerancia hacia el hermano, la tolerancia hacia el mal disfrazado de santidad, la acomodación a los movimientos dominantes, el culto a la imagen personal o institucional, la visión cuantitativa y empresarial de la fe y de la iglesia, el afán de protagonismo, el seguimiento servil al dirigente, el desprecio a “los de fuera”, el clasismo, el deseo de riquezas y lujos, el racismo, el victimismo, el politiqueo, la falta de compromiso con excusa del apoliticismo, la división en bandos, la hipocresía, la obsesión por ganar y prevalecer en los debates, el espíritu de contienda, el amiguismo, la acepción de personas, la doble vara de medir, la religión como espectáculo, la falsa piedad, el moralismo, el sermoneo, el intelectualismo, el desprecio al conocimiento, la exhibición de títulos y reconocimientos, el conservadurismo rancio, el progresismo superficial, la insensibilidad, la falta de empatía, el miedo a la libertad propia y ajena, el formalismo, el fanatismo, el legalismo, el culto a la salud como objetivo principal, el desprecio a la salud debido a un ascetismo cruel, el espíritu de imposición, la visión estrecha, la exhibición de ignorancia, el secretismo…

Quien esté libre de alguno de estos… ya sabe.

[Imagen: Dionisio Blanco, ‘Sin título’ (1982-1987).]

Verdad y sinceridad

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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RON MUECK Dos mujeres (2005) 3Es común, sobre todo en los niños, calificar de mentira algo dicho por otra persona que no se ajusta a la realidad. Pero el hecho de que un dato no sea cierto no quiere decir que necesariamente sea una mentira. Supongamos que estás en casa con tu madre y esta sale a hacer un recado. Al rato vuelve sin que tú te des cuenta. Llaman por teléfono, te preguntan si está tu madre y dices que no. Obviamente no estás mintiendo, solo estás cometiendo un error por falta de información. La mentira está en la intención de engañar.

Escribe Josep Maria Esquirol: «Peor que el error es el engaño, y peor que el engaño, el insulto; por eso, el insulto está mucho más alejado de lo esencial que el error; por eso, la esencia del lenguaje tiene más que ver con la sinceridad que con la verdad» (La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad, Barcelona: Acantilado, 2015, pág. 152).

Un error puede y suele ser no intencional; puedo fallar a la verdad sin saberlo o sin pretenderlo. Pero si engaño, lo estoy haciendo conscientemente. Si cometo un error con un amigo, puedo subsanarlo; si lo engaño, es más difícil.

Es interesante que en la cita previa Esquirol habla de “la esencia del lenguaje” (es decir, de la comunicación interpersonal), no de “la esencia del conocimiento”. En el proceso de conocer la verdad la sinceridad no es válida: lo importante es la exactitud. Pero para conocer a una persona lo importante no es la exactitud, sino lo que ella cree, su verdad y su coherencia con esa verdad personal, es decir, la sinceridad. Para comunicarnos de forma respetuosa y adecuada con los demás, estemos de acuerdo con ellos o no, es esencial la empatía.

[Imagen: Ron Mueck, ‘Dos mujeres’ (escultura, 2005).]

Amor a uno mismo

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Marco Melgrati, MaquillajeEl mundo conspira para hacer que nos creamos dioses. La religión más popular es el culto al yo. «El hombre caído, prisionero de su propio pequeño ego, tiene una confianza casi ilimitada en el poder de su propia voluntad, y un casi insaciable apetito por la alabanza de su propia gloria»  (John Stott, The Message of Ephesians, Leicester: IVP, 1979, pág. 50). «Los males de la estima propia y de la independencia no santificada, que malogran más nuestra utilidad, y que serán nuestra ruina si no los vencemos, provienen del egoísmo» (Ellen G. White, Consejos para los maestros, págs. 89-90).

La raíz de todos los pecados es el orgullo. «Con el término “pecado” la Biblia se refiere al egocentrismo. El orden establecido por Dios es que primero lo amemos a él, después a nuestro prójimo y finalmente a nosotros mismos. El pecado es precisamente la inversión de ese orden» (John Stott, Your Confirmation, Londres: Hodder and Stoughton, 1991, p. 21).

Pero el mundo también conspira para hacer que nos creamos gusanos, que nos odiemos a nosotros mismos. Y esa tentación es igualmente satánica y autodestructiva. Además, no amarnos nos impide amar a los demás, y viceversa. Escribió Albert Camus: «El hombre tiene dos caras: no puede amar sin amarse». Jesús dijo «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 19: 19), pero a veces olvidamos que ello implica también amarse a uno mismo como se ama al prójimo.

«En lugar de mirarnos a nosotros mismos, contemplemos constantemente a Jesús, siendo cada día más semejantes a él, más y más capaces de hablar de él, mejor preparados para aprovecharnos de su bondad y su auxilio, y para recibir las bendiciones que nos ofrece. Al vivir así en comunión con él nos fortaleceremos con su fuerza, y seremos de ayuda y bendición para quienes nos rodean» (Ellen G. White, La maravillosa gracia de Dios, pág. 259).

[Imagen de Marco Melgrati.]

El fundamento de la autoestima

J. Kirk Richards, Grey day Golgotha (2003)La autoestima que se nos vende hoy muchas veces está autocentrada. Se basa no solo en la convicción del valor de la persona (magnífico), sino también en que el yo es la única fuente de ese valor. El enfoque cristiano es más sólido, porque reconoce la insuficiencia humana y fundamenta la autoestima en un poder externo a nosotros mismos y mucho más fuerte que todas nuestras potencialidades: Dios.

Y no solo Dios, como un ser trascendente e inaccesible, sino Dios en Jesús. Él, siendo divino, quiso hacerse como uno de nosotros, para que nosotros podamos ser como él. Quiso transitar nuestra muerte para que nosotros caminemos en su vida. Por eso «sólo podéis medir el valor de vuestro propio ser por el de la Vida que fue dada para salvar a todos los que quieran recibirla» (Ellen G. White, Dios nos cuida, pág. 175). Jesús nos dice: «No sigas menospreciándote, porque te he comprado con mi propia sangre» (Ellen G. White, Testimonios para los ministros, págs. 519, 520)

Ellen White insiste en esta idea: «Cristo dio un precio infinito por nosotros, y quiere que estimemos nuestro propio valor en conformidad con dicho precio… No somos lo que podríamos ser, ni lo que Dios quiere que seamos. […] Obrad con la personalidad que Dios os ha dado» (El ministerio de curación, pág. 398).

No perdamos tiempo y energía buscando ser aprobados por la sociedad. Las masas adoran a sus ídolos para a continuación desecharlos como objetos de consumo y buscar un nuevo objeto de veneración. Busquemos personas de confianza, cercanas, con las que nos sintamos a gusto sin necesidad de que nos halaguen. Y sobre todo descubramos que hay uno que siempre nos valorará y apreciará: «Corren de acá para allá buscando que alguien les diga: “Eres especial”. Y olvidan a Dios, el único que les regala un valor desmedido» (Emmanuel Buch, Twitter, 2 de septiembre de 2017).

[Imagen: J. Kirk Richards, ‘Día gris en el Gólgota’ (2003).]

No todo el que sigue las reglas es un buen jugador, pero todo buen jugador sigue las reglas

Por Joel Barrios
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MessiLos judaizantes consideraban la ley como un fin en sí misma. Ellos no amaban a Dios, sino que obedecían mandamientos; a ellos no les interesaba el prójimo, les interesaba cumplir la ley. Ellos amaban la ley y no amaban al objeto por el cual la ley había sido dada. Dios dio la ley por causa de nuestra amistad con él y con el prójimo, y no nos dio al prójimo por causa de la ley. Es por eso que Pablo sostiene que cuando le hacemos bien al prójimo estamos cumpliendo la ley como resultado. Sin embargo es necesario aclarar que Pablo no está diciendo que el amor “sustituye” a la ley, sino que la cumple. Por eso cuando hace esa aseveración está validando la vigencia de la ley y no la está anulando. Sigue leyendo

Abominable y semejante a Dios

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Matthew Reier, Jesús y los fariseosConsiderando el nivel de autoestima personal, existe una gran variedad de personas: desde quienes se desprecian profundamente a sí mismos a quienes se creen casi dioses. La Biblia tiene mensajes para todas ellas; la predicación debe tenerlos también, a fin de rebajar a los soberbios y elevar a los humildes.

Tristemente, hemos visto muchas veces cómo una religiosidad tóxica o fanatizada puede llegar a hundir o desequilibrar a las personas a base de inculcarles ideas de anulación del yo, de rechazo a lo que uno es. Por eso Jesús elevó siempre la autoestima de los despreciados y humildes de su sociedad. En especial las bienaventuranzas van dirigidas a los pobres de espíritu, los mansos, los limpios de corazón. Son baños de autoestima alimentada por la esperanza.

Otros mensajes suyos, muy diferentes, están dirigidos a los jefes y jefazos de la comunidad. Son chorros de agua fría para bajarles los humos. En Romanos 12: 3 Pablo también previene el orgullo: «Cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno».

Blaise Pascal expresó genialmente esta paradoja de nuestra fe: «El cristianismo es extraño; ordena al hombre reconocer que es vil e incluso abominable, y le ordena querer ser semejante a Dios. Sin un tal contrapeso esta elevación le volvería horriblemente vano, o este abajamiento le volvería horriblemente abyecto» (Pensamientos, 351).

Y John Stott escribió: «La actitud hacia nosotros mismos […] debe ser una combinación entre la propia aceptación y la propia negación: confirmar en nosotros todo aquello que pertenece a la creación y a la redención, y negar todo aquello que proviene de la caída» (El discípulo radical, Barcelona: Ediciones Certeza Unida, 2012, pág. 23).

[Imagen: Matthew Reier, ‘Jesús y los fariseos’.]

Entre el orgullo y el odio a uno mismo

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Amy June Bates 1La falta de autoestima es un problema gravísimo para muchas personas: se sienten menospreciadas, hundidas, paralizadas, se ven envueltas en relaciones tóxicas.

Con el objetivo de suplir estas carencias se difunden hoy muchos mensajes de refuerzo de la autoestima. Algunos son acertados; otros, por desgracia, muy exagerados: “Tú puedes conseguir absolutamente todo lo que te propongas”. Esta avalancha de “mensajes positivos” (más bien simplones) puede tener efectos negativos sobre dos tipos de personas:

1. A las personas con baja autoestima les puede llevar a engaño, provocándoles –paradójicamente– más frustración todavía.

2. A la persona cuyo problema no es la falta de autoestima, sino el contrario, el exceso de estima propia, estas ideas quizá le refuercen su egocentrismo. El orgulloso se crece. Cree que estos mensajes están escritos para él. Si ya se creía “el amo”, a partir de ahora se comerá el mundo, si es necesario avasallando a los demás.

Tendemos a hundirnos en el odio a nosotros mismos, o a elevarnos en una autosuficiencia que nos aleja de Dios y del prójimo. Es propio de nuestra naturaleza posicionarnos en uno de los dos extremos, o dar bandazos de un extremo a otro. Goethe lo resumió perfectamente: «El hombre se cree siempre ser más de lo que es, y se estima en menos de lo que vale.»

¿Dónde está la posición correcta? ¿Acaso no hay que amarse a uno mismo? Por supuesto. Pero conviene hacerlo teniendo en cuenta la siguiente precaución: «Es muy probable que el amor de nosotros mismos nos aparte de amar a Dios. Es casi seguro que nos impide conocernos a fondo. En la frontera del odio a nosotros mismos, sin traspasarla, porque pasión quita conocimiento, se nos revelan muchas verdades. Algunas, verdaderamente interesantes» (Antonio Machado, Juan de Mairena, Madrid: Bibliotex, 2001, pág. 208).

[Ilustración de Amy June Bates.]

Éxito, triunfo y postureo

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Marco Melgrati, NarcisoTengo la impresión de que los cristianos fomentamos cada vez más entre nosotros el deseo de figurar, de resultar más excelentes que humildes, de competir incluso… De tener éxito, en definitiva.

Es una inclinación propia de la naturaleza humana, y en estos tiempos se ve reforzada por varios factores, entre los que destaca nuestra forma de comunicación a través de los teléfonos móviles y las redes sociales. Estas permiten que todo el mundo pueda lanzar al ciberespacio sus mensajes y su imagen (normalmente no la auténtica, sino una construida). Se genera la sensación de que cualquiera puede llegar a ser famoso, aunque solo sea durante las horas en que un mensaje o una imagen son reenviados por cientos o miles de usuarios.

Hoy, al menos en las sociedades más opulentas, tenemos quizá más interacciones virtuales que reales. La inmediatez y la brevedad de las comunicaciones favorecen un pensamiento simplificado y polarizado. En ese contexto, uno de los mayores indicadores del éxito es conseguir propinar un buen “zasca” a un adversario, lograr una victoria dialéctica que te hace escalar a un nivel aun superior al éxito: el triunfo. Pero, como dijo Ernesto Sabato, «el triunfo tiene siempre algo de vulgar y de horrible» (Sobre héroes y tumbas, I.XVII). Parece que nos eleva por encima de los demás, pero en realidad nos rebaja a una posición mezquina.

Muchos viven en un postureo permanente. No pensemos que esto es algo nuevo: siempre ha existido, incluso en el plano espiritual. Y la solución siempre ha sido la misma. Ellen G. White escribió: «Renunciemos al yo y preparémonos para recibir el Espíritu Santo a fin de que se haga esa gran obra en nosotros. Entonces, en lugar de decir: “Vean lo que estoy haciendo”, diremos: “Mirad la bondad y el amor de Dios”» (Review and Herald, 10 de junio de 1902).

[Imagen: Marco Melgrati, ‘Narciso’ (detalle).]

Mirando a Jesús

Por Joel Barrios
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Jesús y Pedro caminan sobre las aguas (biblevideos.org).jpgNo se salva el que no peca, sino que se salva el que nunca pecó. Entender esta diferencia nos ayudará a entender lo que significa vivir en la gracia. El objetivo de Dios para nosotros es que vivamos sin pecar, sin embargo, aunque desde aquí en adelante tú y yo vivamos sin cometer un pecado, de todas maneras ese glorioso hecho no nos salvará de la condenación porque nosotros ya hemos pecado. Esto es un golpe tremendo para nuestro orgullo y a la vez nos tendría que llevar como resultado a la dependencia total de Jesús tanto para el perdón como para la santificación. Sigue leyendo

Autoayuda, sí. ¿Y ayuda a los demás?

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Peter Land, Back to Square One, 2015 (3)Corren tiempos de desorientación social y personal. Muchas personas viven en un pozo del cual no pueden salir, y en su entorno no encuentran los apoyos necesarios para avanzar en la vida. En una sociedad así es comprensible que en los últimos años se hayan puesto de moda los libros de autoayuda, cuyo planteamiento viene a ser: no esperes a que los demás te ayuden, empieza por ayudarte a ti mismo.

Bajo la etiqueta de “autoayuda” hay obras de lo más variado. Algunos autores recuperan algo del sentido común de toda la vida; esto, en un momento tan relativista en el que el sentido común casi ha desaparecido del horizonte, ya es un logro. Para muchas personas es todo un descubrimiento saber que existen las situaciones de riesgo psicológico que hay que evitar, o que el pensamiento positivo y el dominio de la voluntad son imprescindibles.

Otras obras de autoayuda no son más que libros-basura que repiten tópicos biensonantes pero en realidad vacuos, que te venden la moto de que puedes lograr absolutamente todo lo que te propongas en la vida, o que hacen un refrito de “filosofía oriental” y técnicas de marketing baratas.

Simon Sinek, autor especializado en motivación y liderazgo, escribió una frase muy lúcida: «Hay una sección entera en las librerías llamada “Autoayuda” y no hay ninguna sección llamada “Ayuda a los demás”». En algunos libros de autoayuda se destaca la importancia de ayudar al prójimo en los procesos de superación personal; pero, efectivamente, es significativo que el conjunto de la psicología para masas esté tan centrado en el “auto” (el yo, uno mismo) y tan poco orientado al otro, al prójimo.

Quizá el reto está en reforzar la autoestima personal sin caer en egocentrismo.

[Imagen: Peter Land, ‘Back to Square One’ (escultura, 2015).]

La ley y la fe

Por Joel Barrios
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Diez Mandamientos.jpegCuando Pablo en Romanos 2: 13 dice que son los hacedores de la ley los que serán justificados, está tratando de mostrar cuán altas son las demandas de la justificación. Solo el que cumpla la ley perfectamente será justificado. Como no hay nadie que lo hizo, entonces Pablo señala: “No hay justo, ni aun uno” (Rom. 3: 10). En otras palabras, nadie puede ser justificado por los requisitos de la justificación. Sigue leyendo

No somos salvos por la obra del Espíritu en nosotros, sino por la obra de Jesús por nosotros

Por Joel Barrios
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Lucas Cranach el Viejo, 'Cristo y la adúltera' (1532)Cuando se presenta el mensaje de la salvación al ser humano, este tiene dos alternativas: aceptarlo o rechazarlo. A los que lo rechazan, Dios en su justicia no les da aquello que no quieren recibir, no porque Dios no quiera, sino porque ellos se resisten. Sin embargo los que aceptan entrar en la salvación también tienen dos alternativas: creer que lo que hizo Jesús hace dos mil años es suficiente para tener la salvación o pedirle a ayuda a Dios para que por medio de “su poder” lleguemos a ser “buenos” y así recibir la salvación. Esta última opción es una sutil manera de intentar salvarnos por obras que saca del medio a la fe. Es la filosofía que está más enquistada en la mente de los cristianos y que, inconscientemente, nos lleva a alejarnos del Autor de la salvación. Sigue leyendo

No somos salvos por lo que Cristo hace en nosotros

Por Joel Barrios
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J. Kirk Richards, The last supper (2000)Nosotros somos pecadores. ¿Qué quiere decir eso? Que hay algo dentro de nosotros que es contrario a Dios desde que nacemos. Eso hace que nuestra tendencia natural sea alejarse de Dios y de aquellas cosas que vienen de él. La única manera de contrarrestar esta situación es que, por medio de una decisión voluntaria, decidamos no resistirnos a la influencia del Espíritu Santo que Dios nos dio en virtud de la obra de Jesucristo. Sigue leyendo

La religión positiva del Espíritu

Por Joel Barrios
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Jen Norton, 'Los Diez Mandamientos'La ley de Dios es un sistema de vida que fue descrito en dos tablas de piedra. Las tablas de piedra no eran la ley, sino que eran una descripción de los límites de ella. Así cómo los científicos mediante fórmulas matemáticas describen la realidad de las leyes que existen en el universo, las tablas de piedra eran una descripción de los límites de la realidad relacional que debiera existir con Dios y con nuestro prójimo. Los diez mandamientos son los límites que Dios puso para todos aquellos que viven en su presencia. Sigue leyendo

Ismael versus Isaac

Por Joel Barrios
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Jan Victors, 'La expulsión de Agar' (1650)¿Qué fue lo que dio Dios a Israel en el Sinaí? Todo conocedor de la Biblia responderá: “La ley”. Es verdad, pero la ley no fue dada sola, sino que en el Sinaí también fue dado el santuario y es en él que encontramos la mayor revelación dada en ese lugar.

Cuando Dios da la ley la da con una manifestación monumental de su poder y santidad. Truenos, relámpagos, sonido de trompeta, humo, tinieblas y fuego. Sigue leyendo