Orgullo retrospectivo

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
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Joaquín Turina Areal (1847-1903), 'Expulsión de los judíos de Sevilla'A lo largo de la historia los judíos han sido un pueblo estigmatizado y perseguido en las sociedades “cristianas” de Occidente. Tras su expulsión de Castilla y Aragón (1492) se impusieron los estatutos de “limpieza de sangre”, normativas que establecían la necesidad de no tener antepasados judíos (o moriscos) para poder ocupar determinados cargos.

Históricamente en Europa descubrir que uno tenía antepasados judíos era un motivo de vergüenza, y también de preocupación por la discriminación y persecución consiguientes. El nazismo llevó hasta el extremo esta paranoia genética, basándose en la convicción de que ser judío es pertenecer a una “raza”, cuando lo cierto es que es –o debería ser– tener una fe. Claro que entre los propios judíos se había generalizado la idea de que la identidad judía se transmite de padres a hijos, independientemente de las convicciones religiosas que uno tenga.*

Hoy, aunque sigue existiendo el antijudaísmo, también hay una corriente de simpatía hacia los judíos, por diversas razones. De modo que ahora encontramos a personas no practicantes del judaísmo que al descubrir sus orígenes judíos sienten cierto orgullo, como si esa “carga genética” tuviera algún tipo de virtud.

Los cristianos sabemos que nuestra identidad no está en los genes. Aunque estos pueden influirnos en cuestiones como el aspecto físico, la salud o alguna predisposición natural, lo que nosotros somos es básicamente lo que nosotros elegimos. Uno no es cristiano (ni judío, ni de otra fe) porque sus padres y varias generaciones de antepasados lo fueran, sino porque ha elegido seguir a Cristo; en él «no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni extranjero, esclavo ni libre, sino que Cristo es el todo y en todos» (Colosenses 3: 11).

* Esta vinculación genética es el fundamento del ius sanguinis o derecho de sangre, gracias al que una persona adquiere la nacionalidad en un país por el hecho de ser descendiente de nacionales de ese país, aunque haya nacido en otro lugar. Una ley de 2015 permitió que los descendientes de los judíos españoles expulsados en 1492 pudieran adquirir la nacionalidad española.

[Imagen: Joaquín Turina Areal (1847-1903), ‘Expulsión de los judíos de Sevilla’.]

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8 comentarios en “Orgullo retrospectivo

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  8. Así es, en 2015 se promulgó esa ley.
    Ahora, como mínimo, desde los tiempos de Sagasta se fueron preparando normas que reconocían un sentimiento de hermandad hacia los descendientes de los sefarditas expulsados en la última década del siglo XV.
    En tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, 1924, un decreto permitió acceder a la nacionalidad española a personas descendientes de familias de origen español. Y gracias a esa normativa, ya en tiempos de la II Guerra Mundial, basándose en tal norma, diplomáticos españoles como Sanz Briz, en Hungría, Martínez bedoya, en Portugal; Rolland de Minotta y Propper de Callejón, en Francia; Romero y Radigales, en Grecia; Rojas, en Rumania, y Julio Palencia en Bulgaria; se pudo evitar que muchísimos judíos, especialmente de origen sefardita, cayeran en manos de las gentes de Hitler.
    Recordemos que, a esos españoles (sefardíes) se les otorgó en 1990 el Premio Príncipe de Asturias.

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